24 de mayo de 2012

Recetas de cocina para UX

Hace unos días, un colega diseñador me consultó a través de Twitter dónde podía leer buenas guías para el diseño de interfaces para niños. Hace poco tiempo estuve haciendo pruebas de usabilidad con chicos entre 2 y 14 años para diferentes proyectos, y algunas de las cosas que aprendí quedaron registradas en un artículo que escribí al respecto. Pero la pregunta de mi colega, me hizo acordar que es común que muchos clientes también pidan guías prácticas para el diseño de interfaces más usables.  

Después de pensar la respuesta un rato, me di cuenta que el mejor consejo que podía darle es que en lugar de perder el tiempo buscando y leyendo guías de buenas prácticas que escribieron otros a partir de su propia experiencia, directamente hiciera pruebas de usabilidad con los niños para los cuales estaba diseñando la interfaz.

Las guías son una herramienta muy común en el campo del Diseño, como las guías de estilo, donde se especifican las aplicaciones correctas e incorrectas para una determinada imagen de marca. Cuando el problema es discreto (acotado) la solución puede ser también discreta. Las recetas de cocina funcionan también así: cuando sabemos el plato que queremos preparar, lo que necesitamos conocer son los ingredientes y cómo combinarlos.

Sin embargo, cuando se trata de diseñar experiencias resulta mucho más complicado establecer reglas generales de aplicación. La razón es que cuando se diseñan experiencias existen tres variables que interactúan entre sí y determinan cuándo una decisión de diseño es correcta y cuándo no. Esas tres variables son:

  • Perfil de los usuarios
  • Contenido
  • Contexto de uso 

Diferentes perfiles, contenidos y contextos exigen diferentes soluciones para generar experiencias de usuario altamente satisfactorias. Más que una guía, que ante determinada situación plantee una determinada solución, creo que el campo de experiencia de usuario requeriría de una matriz que permita combinar las tres variables fundamentales. Desde luego, generarla implicaría un esfuerzo que contemple la infinidad de combinaciones posibles, esfuerzo que sería muy superior al de ir directamente al campo y hacer pruebas con usuarios reales.

Pero incluso suponiendo que existiera ese Gran Libro de UX con la combinación de todas las recetas posibles, la calidad de las soluciones a las que se puede arribar aplicando guías de buenas prácticas es muy inferior a las que se alcanzan trabajando en la resolución de problemas reales, con usuarios reales, en contextos reales.

Y todavía tendríamos un problema mayor: cuando se trata de diseñar experiencias de uso, resulta muy difícil saber qué forma va a tomar una solución sin conocer quienes deberán utilizarla y en qué contexto.  

En términos culinarios podríamos decir que por más exquisita que sea una receta y por más maestría que pongamos en su preparación: ¿El plato que estamos preparando es lo que nuestros comensales querrían comer hoy?


   


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